Es común decir que la “química” interviene en la selección de pareja y que los olores ejercen una atracción sexual irresistible, pero ¿hasta dónde?
Ana Lilia Cerda Molina y Leonor Estela Hernández López, del Instituto Nacional de Psiquiatría de la SSA, buscan responder tal interrogante a través del estudio de los potenciales efectos emocionales y neuroendócrinos de las feromonas en humanos.
Lo que condujo a Molina a delinear el estudio fue su hallazgo previo de que macacos cola de muñón machos mostraban un cambio endocrino tras ser estimulados con un hisopo impregnado de secreciones de hembras, de esa misma especie, en periodo periovulatorio.
Tal reacción sólo se había visto en otras especies más pequeñas como los ratones. “Esto nos llevó a pensar que en los humanos también existe ese efecto, aunque los factores socioculturales probablemente lo han inhibido, por lo cual los resultados deberán tomarse con cautela”, considera la científica.
“Queremos saber qué pasa con la biología humana, lo que percibimos todos los días, qué efecto tiene que uno conviva con una pareja, si el marido percibe que su esposa está en una u otra fase (de su ciclo) y esto le promueve un mayor deseo”, completa Leonor Estela Hernández.
No se trata de reducir todo a lo orgánico, pues ambas saben que es difícil separarlo de los aspectos de personalidad al momento del “flechazo” por las diferencias individuales: “hay quienes dicen estar con su pareja porque les atrae mucho su olor, pero otros valoran más el aspecto físico o intelectual”, dice Molina.
Con todo, esperan que el trabajo (para el que solicitarán apoyo del Conacyt) contribuya a iluminar esas bases biológicas de comunicación que han quedado ocultas por las normas culturales, donde el olor corporal es rechazado y se tiende a valorar más la imagen personal. “Tenemos las mismas hormonas que los mamíferos, incluidos los ratones. Y las mujeres tenemos ciclos menstruales similares a los de los chimpancés, los gorilas y los macacos. Entonces, ¿por qué queremos diferenciarnos fisiológicamente hablando?”, se pregunta Ana Lilia.
Su meta —insiste— no es definir la ruta de las feromonas (pues hay controversia científica sobre si son procesadas por el bulbo olfatorio principal o el órgano vomeronasal), ni mucho menos crear una “pócima amorosa”, sino hallar la posible respuesta neuroendocrina ante esos estímulos.
“La controversia no es si existen o no las feromonas en humanos o la forma de percibirlas, sino su función y la manera en que son expresadas. Pero si alguien espera que provoquen un efecto inmediato como en los roedores, por supuesto que no lo va a ver”, acota Estela Hernández.
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